Experiencias que contar



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Luciérnagas

Vengo de una ciudad con mucho cemento. Tanto junto como de grande es esta isla. Aun así, cuando era pequeña, allí solían verse las luciérnagas. Me ha extrañado saber que a pesar de su verde y su aire más bueno que el de esa ciudad, Buenos Aires, aquí en Mallorca también se han apagado las luciérnagas en los últimos veinte años o treinta. Mi hijo nunca ha visto una en sus tres años de vida. 
Me pregunto cuantas cosas más (que me pasan desapercibidas) él no verá. Cuantas cosas que ya solo brillan por su ausencia para quienes hemos visto sus últimos días, no brillaran en absoluto para quienes crecen en paralelo con su perdida, su inexistencia, al menos en estas cercanías. Y me pregunto qué de lo que hoy ve estará echando de menos en treinta años. ¿Las telas de araña? ¿Los cardos, los panales, las setas? 
¿Qué esfuerzos y que cambios tendrán que hacer las generaciones que hoy comienzan a despertar al mundo, para detener la demolición continua a la que viene sometiéndose el entorno? Imagino que no será posible ese cambio sin una transformación global del modo de interacción con el medio, desde el paradigma de la naturaleza como fuente inerte de bienes de consumo, como sitio inhóspito a reformar para acomodarse en él distanciados de su suelo y de su cielo. No será posible parar el maltrato al medio natural sin una transformación poderosa hacia una visión de ese medio como un sitio a ser transitado, habitado sin alteración, compartido entre todos los seres, respetado como a una madre, cuidado, amado. 
No podemos pedirles que salven la naturaleza, si antes permitirles que se acerquen a ella, que la palpen, la exploren, que se sientan parte de ella. ¡Cuántas veces he oído decir a una madre diciendo a sus pequeños que no toquen la tierra porque “eso es caca”! ¡Cuánto cemento ponemos en nuestros coles y parques para evitar ese contacto, tapizando con tela sintética incluso el cantero de un minúsculo árbol. No, la tierra no es caca. Dejemos a la infancia acercarse si creemos que la tierra es hogar, es escuela, es madre, es vida.

Silvana, marzo2019





Reflexiones antes de A Lloure..
Meses atrás había seguido con la mirada una mariquita. Hace unos días la miraba divertido mientras le caminaba por el brazo, intentando agarrarla con sus dedos. Dentro de unos cuantos meses más, va a estar contándole las patas y más adelante clasificándolas por colores. (.. por ahí anda aun mi cuaderno científico de los 10 años, con dibujos de los especímenes diversos que encontré en su día). Es que eso es lo que tiene la vida. Cuando más apreciamos, más nos ofrece. Cuanto más ahondamos en sus recovecos, más descubrimos y más disfrutamos de su profundidad.
He aquí mi interés en que mi peque crezca desde el principio con mirada curiosa, con conciencia de las complejidades, los contrastes, las sorpresas. Que se enfoque bastante en lo complejo de lo simple, en lo profundo de lo cotidiano y visible. O sea, y de momento, que mire mucho rato las hojas, los bichos, que se detenga a pasar de un frasco a otro, 30 veces, los caracolitos o las bolitas de ciprés. Que vea crearse barcos, gorros, flores y grullas de una hoja de papel. Que hunda los dedos en un huevo duro. Que haga sopas de agua dentro de su bol de lentejas.
Silvana, mayo 2017.

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