Las
primeras experiencias de escuelas al aire libre en Europa surgen a
principios del siglo XX, como una manera de prevenir las enfermedades
de la época, como la tuberculosis, en niños vulnerables, delicados
o ligeramente enfermos, a los que afectaba especialmente el efecto
nocivo del hacinamiento y la contaminación de las ciudades. (Bernal
Martínez, 2000). La iniciativa buscaba aportarles aire puro, sol,
alimentación saludable e higiene cotidiana, como manera de prevenir
el desarrollo de la enfermedad y propiciar un correcto desarrollo. En
1912 se celebra el primer Congreso Español de Higiene Escolar, donde
se demanda la creación de estas escuelas, que debían estar “en
bosques, montañas, cercanías de manantiales minero-medicinales, o
al menos, al aire libre”, haciendo hincapié en que “la enseñanza
que se ofreciese fuese atractiva para los alumnos y evitase la fatiga
intelectual” (Ruiz R. y Palacios, 1999).
Posteriormente se observó su efecto positivo en la educación, al favorecer por ejemplo, la introducción de las ciencias naturales de una manera innovadora, más práctica y experimental. Margarita Comas (1925) señala “el estudio de la naturaleza no debería consistir en una suma de contenidos de botánica, zoología o geología (…) sino en un ensayo para descubrir por uno mismo todo lo posible acerca de los seres y los fenómenos naturales”. “El alumno puede construir su propia ciencia poniendo en juego procesos intelectuales y afectivos similares a los que desarrollan los científicos”.
Estos
conceptos educativos se reflejaba ya en la orientación de los
programas educativos en Inglaterra -a donde muchos de los profesores
de la época iban a formarse- denominada “enseñanza por
descubrimiento”, concordando asimismo con los postulados que en la
misma época florecían en relación a la escuela activa.
Dada
las características específicas de estos centros, permitieron
también la puesta en práctica de los principios de dichos
postulados, la pedagogía activa. “Más aire en los pulmones
debería también significar más aire en los programas y en los
horarios, más libertad de pensamiento y acción de los niños”
(Fournie, 1928). Al observarse que los planteamientos pedagógicos de
las escuelas al aire libre pueden acarrear también ventajas a nivel
educativo, se comienza a insistir en que dichos beneficios pueden ser
aprovechados por todos los niños., y no unicamente aquellos con un
debilidad corporal.
En
España, Rosa Sensat puso en marcha en 1914 la Escuela del Bosque de
Monjuic, no concebida solo con fines terapéuticos, sino para
responder a las necesidades de educativas generales. Afirmaba esta
pedagoga: “la naturaleza es el ambiente más adecuado a la normal
evolución del niño, asegurando el derecho que éste tiene al aire
puro, a la luz del sol, al agua, al ejercicio físico a la libertad
y alegría”. En su centro ponía en práctica los principios
pedagógicos de Decroly: “centros de interés”, colocando al niño
en una actitud investigadora- y “globalización”, propiciando que
las distintas asignaturas se entrelazaran y relacionaran entre si,
como lo hacen los problemas en la vida real. (Bernal Martínez,
2000).
En
España, la guerra civil y la etapa franquista provocan la disolución
de muchas escuelas de esta modalidad, que comienzan lentamente a
resurgir después de 1978.
Estas
perspectivas pedagógicas, activas y al aire libre, las escuelas
rurales y por supuesto las escuelas o jardines de infantes “en el
bosque”, de larga tradición en Europa, fueron sin duda influencias
para el surgimiento de las actuales “escuelas bosque” en España.
“Escuelas
del bosque”
Las
escuelas infantiles al aire libre en Occidente, para niños de entre
3 y 6 años, aparecen hacia mediados del siglo pasado. Comenzando por
Dinamarca, presentan una rápida expansión en Europa del Norte. Por
poner un ejemplo, en Alemania existen actualmente de manera oficial y
en número superior a 1500 en todo el territorio, existiendo tanto
en etapa infantil como primaria. En Dinamarca, ya constituyen un 10%
del servicio escolar infantil. (Bruchner 2017, Hueso K 2012, InNatura
2016).
Las
décadas de experiencia con las escuelas infantiles al aire libre han
generado la oportunidad de producirse numerosos estudios de
investigación, que demuestran los amplios beneficios que el contacto
diario con la naturaleza ofrece al desarrollo motor, sensorial,
cognitivo, social y psicológico para los niños, así como para la
salud física y mental.
En
España, la primera “escuela-bosque” infantil tal como las
conocemos actualmente surge en 2011 en Madrid, bajo el nombre de
“Grupo de Juego en la naturaleza Saltamontes”. Posteriormente y
de manera lenta, han ido apareciendo nuevas escuelas infantiles de
esta modalidad. En 2015 se crea también en Madrid la llamada
“Bosquescuela”, que es la primera y de momento única homologada
en España.
En
Islas Baleares, se encuentra en funcionamiento hace cuatro años una
escuela del bosque en Bunyola, llamada “Ses Milanes”, y otra en
Ibiza de nombre “Som des bosc”. Ambas siguen el modelo de
pedagogía en la naturaleza y utilizan como herramienta principal el
juego libre. Nuestro espacio de aprendizaje “A Lloure” será la
tercera escuela del bosque en ponerse en funcionamiento en esta
comunidad autónoma.
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